Patras (Patrasso). Foto di: Giada Da Boit
El Erasmus es simplemente aquello que vives durante 6 o 10 meses fuera de casa. En ese momento haces cosas que la mayoría de la gente en tu misma situación hace: es una experiencia extrasensorial que no se puede explicar fácilmente. Cuando estás de Erasmus o simplemente cuando vives en un país que no es el tuyo, conoces a nuevas personas que tienen las costumbres más extravagantes que has visto en tu vida y pasas tu tiempo y tus meses con estas personas, los sentidos se despiertan más de lo que lo han hecho nunca. ¿Y sabes por qué? Porque allí te sientes una persona viva, pura, natural, renovada. Lejos de la sociedad a la que pertenecías, porque eres tú quien está en condiciones de dejarla atrás. Tus sentidos se abren como un capullo en primavera. Acogen de todo: abejas, mariposas, orugas, y todos los insectos extraños, buenos y malos. En ese momento tus sentidos se encienden activando tus instintos de supervivencia, aquellos que te permiten afrontar esta nueva vida pese a estar cagada de miedo. Pero estos instintos se manifiestan y no te das cuenta; eres consciente de ellos sólo cuando miras hacia atrás y ves que lo conseguiste, de una manera tan simple y tan humana. El Erasmus consiste también en enamorarse de la gente que tienes a tu lado: desconocidos o conocidos sólo desde hace un mes. Es enamorarse de la naturaleza con la que te enamoras de todo lo que haces y de todas las personas con las que te encuentras en tierra extranjera.
Ahora bien, hace ya 5 meses y medio que volví y todos los días me levanto con las calles de aquella ciudad en mente, con el ruido del mercado que retumbaba debajo de mi casa, con el olor constante de las pitas en las calles a cualquier momento del día que me fascinaba, con la brisa del viento que soplaba en Theatraki y que te llevaba a un lugar de ensueño: justo allí donde estabas, justo a ese instante preciso. Y hoy, ya de vuelta en Italia, a pesar de que tengo miles de cosas que hacer, cada día pienso en cuánto echo de menos Patras y el ambiente generoso y acogedor que mis amigos me hacían vivir: en cada momento, en cada hora salíamos, sin límites de tiempo, sin preguntarnos quién estaba allí porque sabíamos que nos divertiríamos siempre como locos y que, juntos, habríamos encarado cualquier dificultad, aunque fuese aparentemente insuperable. Ahora decidme que vosotros también volviste y no conseguís explicar a nadie como os sentís: no es nostalgia, no es melancolía, es simplemente que aún no existe una palabra que pueda expresar aquella sensación que sentís al volver a casa. Nadie más que alguien que estuvo de Erasmus, podría llegar a entender lo que se siente y lo que se sigue sintiendo aún después de 5 meses y medio; y lo peor es que no van a poder entenderte tampoco tu novio/a, ni tu mejor amigo/a, ni siquiera la gente que antes de partir pasaron cada día contigo, esos “amigos de toda la vida.
” Esta es la razón por la que me inquieto: cuando estaba de Erasmus sentía emociones indescriptibles cada día, incluso en un simple día en el que me despertaba, empezaba a vagar por las calles de la ciudad y sabía que todos los demás sentían, como yo, las mismas cosas. A veces hablábamos de estas emociones, a veces nos quedábamos en silencio y sólo conseguíamos decir “¡Joder, qué bonito!” moviendo la cabeza de izquierda a derecha, incrédulos de la belleza de una emoción tan humilde y tan oculta en nuestras pequeñas o grandes aventuras diarias; incrédulos del hecho de que todos estábamos pensando de la misma manera, estábamos sintiendo las mismas sensaciones y nos quedábamos tranquilos; porque allí llegábamos a ser cada vez más conscientes de que no era toda una ficción aquel conjunto de extrañas emociones que sentíamos. No. Era todo realidad, era todo realidad y lo era porque lo estábamos compartiendo.
Nunca había entendido el verdadero significado de la frase “Happiness is only real if shared” (La felicidad es sólo real cuando se la comparte) hasta que me fui de Erasmus. Conocí lugares y personas maravillosas, compartí emociones muy fuertes, humildes y magníficas con desconocidos, amigos o personas conocidas desde hacía unos pocos días. Porque, de verdad, la felicidad es real cuando la compartes y aquella felicidad que sentí, aún puedo tocarla con las manos y estará para siempre conmigo porque la compartí con vosotros, amigos míos, dispersos por mi bella Italia, y esparcidos por todo el mundo. ¡Qué consuelo puede haber más grande que saber que mi felicidad se esparció por todas las tierras de este planeta! Estas personas que encontré compartieron conmigo esta felicidad y se la llevaron consigo a su país de origen, tal como lo hice yo.
Tranquilos, yo también me encargo de proteger vuestra felicidad.
Tranquilos chicos, ¡todo ha sido real!.
A cura di: Giada Da Boit
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